domingo, 29 de septiembre de 2013

El padre Canillas

En Jaén, no sólo se forjan leyendas fantásticas o de amor, también escuchamos algunas que te harán "temblar" de miedo.

Una de estas "de miedo" es la leyenda del Padre Canillas. En una de esas noches de invierno de Jaén, con lluvia y viento racheado que ululaba por entre callejas y balcones con aullidos lastimeros, y donde se hace inútil llevar paraguas, se cuenta que un mozo regresaba en torno a las once de la noche hasta su casa, en la Plaza de la Merced, después de acompañar y dejar recogida a su novia que vivía en el barrio de San Juan; pero cuando pasaba bajo el arco de San Lorenzo, se cruzó con un sacerdote que salía de la capilla que allí había. Era un cura todo vestido de negro y extremadamente delgado que, muy apurado, se acercó al joven y le dijo: “Mozo, por favor, necesito urgentemente que me ayudes a celebrar una misa penitencial para un difunto, pues mi monaguillo no ha aparecido, y no tengo más remedio que oficiarla a esta hora y en esta capilla del Arco”.

 Al muchacho le dio fatiga decir que no y ambos entraron en ella. El cura se quitó el negro abrigo, resultando que, a falta de la casulla, ya estaba revestido para la celebración. La tenue luz de dos velas cuya llama oscilaba movida por el viento que a través de las rendijas de la puerta entraba en la estancia, creaba en ella sombras cambiantes, dándole a la misma un aspecto fantasmagórico. Al joven le castañeteaban los dientes por el frío y por la sensación de ultratumba que se respiraba, estando, como sabía que estaba, sobre la tumba de Juan de Olid.

Los preparativos parecían eternos, pero al fin comenzaron a oficiar la misa, y en latín, para mayor seriedad. Cuando el cura se tuvo que arrodillar, el mozo, a la vez que hacía repicar la campanilla, tenía que cogerle al sacerdote la sotana para que no se la pisara, bajando para ello la mirada al suelo, momento en que comprobó aterrorizado que de las botas del cura asomaban canillas, es decir, los huesos desprovistos de carne y piel. El asustado mozo dio un brinco y, tirando la campanilla, salió despavorido de aquel lugar.

Subió la cuesta a la carrera hasta llegar a la plaza de La Merced, donde otro sacerdote, viéndolo tan agitado, lo paró e intentó calmarlo. El joven le contó lo del otro cura: “¡En vez de piernas, tenía canillas, como las de los esqueletos!” Entonces este sacerdote, sonriéndose, se alzó la sotana y le mostró los huesos de sus piernas al tiempo que le preguntaba "¿Serían como éstas?" Lívido y con el corazón saliéndosele por la boca, el muchacho echó de nuevo a correr por las calles de Jaén pidiendo socorro y atropellando en su desenfrenada carrera todo cuanto se le ponía por delante.



 FUENTES: http://www.iuventa.org/ Ráez Ruiz, M.D. Leyendas de Jaén y otras historias. 2007. CSI-CSIF . Jaén. p. 34- 35

No hay comentarios:

Publicar un comentario